Vi algo moverse… pero no estaba ahí, una exposición de Eva González del Campo
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Vi algo moverse… pero no estaba ahí es un proyecto que surge de una investigación visual y narrativa en torno al terror psicológico. La exposición se articula mediante la estructura de un juego entendido como un sistema de toma de decisiones. A través de un conjunto de veintidós ilustraciones y dioramas, se configura un recorrido secuencial que emula la lógica de un videojuego de exploración, en el cual el espectador asume un rol activo al interpretar pistas y avanzar entre elecciones deliberadamente ambiguas.
Contextualmente, las obras están en una realidad imaginada, en lo que parece una casa clausurada, desprovista de referencias espaciales o temporales externas. Este espacio funciona como un entorno autónomo, mutable y discontinuo, caracterizado por su ausencia de centro y de salida definida. Su arquitectura se concibe como un laberinto infinito, un territorio desorientador que imposibilita toda tentativa de orientación o de escape.
En el interior de este entorno habitan tres figuras animales —un gato, un perro y un caballo— que no responden a comportamientos reconocibles o naturales. Se trata de entidades simbólicas, aparentemente manipuladas por una fuerza intangible. Al espectador se le propone la tarea de identificar al “inocente”, o, en otros términos, a aquella figura que podría representar una vía de resolución o una posible salida del espacio clausurado.
A lo largo del recorrido se intercalan notas, textos y observaciones que operan como fragmentos de una narrativa dislocada. Algunas adquieren el tono de advertencias, mientras que otras se presentan como manifestaciones delirantes. Su procedencia es incierta: podrían ser vestigios de un sujeto anterior atrapado en el mismo espacio o, alternativamente, emanaciones producidas por la propia casa como entidad autónoma.
El proyecto ha sido ejecutado íntegramente a bolígrafo sobre papel, una técnica que posibilita un elevado grado de precisión y definición en el trazo. El uso del bolígrafo favorece la generación de texturas complejas mediante procedimientos de rayado, cruzado y punteado. Al tratarse de una técnica irreversible, exige un control riguroso y una planificación meticulosa, condicionando de manera directa tanto la composición como el desarrollo de cada imagen.
En su conjunto, la obra se inscribe en un territorio intermedio entre lo onírico, lo fragmentario y lo perturbador. Propone una experiencia de desplazamiento lento y sostenido, en la que cada imagen opera como una pista dentro de un ciclo narrativo cerrado. La casa no concluye, y aquello que la habita se manifiesta como una presencia ‘pesadillesca’ que sintetiza el propio encierro perceptivo que la obra propone al espectador. Celia Morgado comisaria Eva González artista